martes, 26 de julio de 2011

Tan solo en 4 dias









BALANCE...
¡Empuja! - me decía emocionada la comadrona casi a gritos- ¡Empuja!, que no eres tan debil como pareces, ¡aguanta!, aguanta la respiración ¡ahora!, ya has coronado Espera un momento,... cuando yo te diga.... ¡Preparada!....¡Ahora!... ¡así!... eso es... ya, ya es tuya.... Aquí tenemos a tu princesita.... Y tras un último grito, lo conseguí. Paz vino al mundo.

Cuando todo termino, la enfermera que me ayudaba a empujar; poniendo sus manos contra mi espalda, me felicitaba y me animaba diciendome que no era ni la primera, ni la ultima mujer en parir sin anestesia, que no hay que pensar en el dolor. Y es verdad que, sólo mirando la carita de Paz, ves que vale la pena vivir ese momento. Que sólo son cuatro días los que vamos a vivir... me quede pensativa por que nuevamente esa frase salía en mi vida. Ciertamente cuatro días marcaron mi vida y no me refiero a dividir nuestros años en días; sino que realmente mi vida, dio un giro de 180º en el transcurso de esos cuatro días.

Más tarde, en la habitación, la comadrona vino a verme; pero esta vez sin la mascarilla. Lo siento, no estaba yo para recordar caras en ese momento de mi vida y no la pude reconocer . Pero ya se terminó Paz estaba conmigo, ni miedos, ni nada de lo que me pasó en el pasado tenía ya sentido. Él hizo que volviera a creer en la vida y Paz a conseguido con sus ojos diminutos, redondos y a la vez enormentente ávidos de curiosidad, que no sólo valiera la pena intentarlo sino, que además, siento la vida dentro de mí sólo recordando la chispa de su mirada.

Es curioso como sucede todo. Un día eres la más desgraciada de las criaturas vivientes, un ser que lo peor que le puede pasar es seguir viviendo y lo mejor era que reventara de una maldita vez, y sin embargo al día siguiente, eres alguien imprecindible en su vida eres la diosa que todo lo puede y de la que puede depender una personita tan pequeña como Paz.

Y Alli estaba yo, rodeada de pañales, biberones y tohallitas humedecidas transcurría esa tarde en la que me sentía como una venus neolitica o diosa de la fertilidad, eso si novata y más bien torpe, pero los dioses eran buenos conmigo y Paz me aceptaba tal y como yo era con mis defectos y mis virtudes dejando toda su fe en mi. Afortunadamente Paz no lloraba por la inexperta madre que le había tocado en suerte, tan sólo lloraba porque tenía hambre. Después de darle de comer y ver esas graciosas muecas de gusto que hacía Paz, me gustaba tenerla encima de mi regazo, para que descansara; oyendo los latidos de mi corazón y se sintiera lo mejor posible mientras ligábamos lazos entre madre e hija. Tras tenerla encima un ratito y cuando ya se había dormido, dejé su minusculo cuerpecito en su cunita de metraquilato transparente echándome despues sobre la cama, desde alli la podía observar bien. Había sido un día muy duro y dentro de tres horas debía darle la siguiente toma, me toqué el vientre, alucinada de lo que allí se había engendrado.. Así que viendola dormir y dar esos pequeñitos suspiros en su cunita de plástico trasparente cerré los ojos y soñé o mejor dicho recordé como había sido mi vida hasta entonces; durante esos cuatro días.

Todo sucedió tras aquel maldito fin de semana en el que enterramos a Mati, fue entonces cuando fianlmente cedí en mi cabezonería, e hice caso a mi Tio y prepare las maletas. Ciertamente no tenía mucho sentido seguir sola y seguir lamentándome de no haber... podído estar allí en aquel momento, de quizás quien sabe, si tal vez... lo hubiese podido evitar, o no...

Aquella noche la pasé llorando y maldiciéndolos a todos incluso a mí misma por haber sido tan cobarde, por no haberme dado cuenta antes del juego de Matilde, ella estaba aún peor que yo; que ya no controlaba lo que hacía. No sólo se veía fea, sino que se daba asco de si misma y precisamente a ella le hubieran venido bien unos días de vacaciones, para liberar la mente de ideas corrosivas que sólo pueden empobrecerte mas el alma, si es que queda algo de pureza en ella, pero aunque siempre mantuvo la compostura, aún la recuerdo, brillante, resplandeciente entre todos... era lo que se llama “Genio y figura hasta la sepultura”, ella que fue el tirón, la llama imperenne del grupo. Ella consiguió engañarnos a todos con nuevas esperanzas. Hasta que un día, confiamos en ella y la dejamos sola, sin darnos cuenta de que eso... hice una pausa mental realmente me dolía recordad aquello y mi tono paso de la rabia a una tristeza comprensiva, ya que cai en la quenta ciertamente de que era eso lo que ella quería, quedarse sola para iniciar su último vuelo y esta vez no fue con drogas, sinó que se lanzó por la terraza. Recuerdo las cosas como me las contaron, lo que comentó un vecino me dejo muy tocada; “Maltilde, caía riendo a carcajadas, como riéndose de la muerte”, Tambien en el momento que yo llegaba, al fatídico lugar cuando la levantaron del suelo, alguien dijo al ver su rostro sonriente aún, con un rictus lleno de paz... “Ya ha dejado de sufrir”. Es curioso lo recuerdo todo como en una película llena de fotogramas a cámara lenta, en blanco y negro, como si todo lo que sucedía a mi alrededor no me afectase, yo no estaba alli y creo que deje de estarlo y ese día me converti en el fastama que soy hoy, un ser esqueletico, lleno de miedos y un rostro deforme al que no conozco al espejo. Tal vez mi vida tampoco debiera salvarse... y sin poder evitarlo oi las palabras de mi primo que en paz descanse, retumbando en mi cabeza;.... y, ¿Por que no? Y porque no debía intentarlo mi spicologa creía que si y mis tios tasmbien y estoy segura que si mi primo viviera no me dejaría sola como lo estoy en este momento y me daría ánimos así que me puse las pilas y dije... Lo voy a intentar

Mis tíos tenían razón. Debía pensar en mi y que yo misma podía acabar como Matilde, eso me dió miedo y cerrando los ojos me dormí. Por fin esa noche, con los ojos gastados de tanto llorar, esperando cambiar quien sabe mi vida, o tan solo descansar unos días de ser... yo misma... tal vez encuentra alli una explicacion al fiasco de vida que había creado con los años a mi alrededor.

Día 1º...LUNES...

Tras el estruendoso amanecer que me proporcionó el timbre del despertador, no me quedó más remedio que levantar mi delgado cuerpo y acompañarle hacia el lavabo. Eran las siete de la mañana y mi Tío venía a buscarme para lo que ellos habían acordado llamar “El retiro”... o como dijo mi asistente social, “Cristina mereces el conocido reposo del guerrero ya que como estas en guerra con la vida; si no paras perderás la batalla y con ello la lucha de libertades que se cierne en tu interior”. (Siempre fue muy difícil entender a esta chica. Imagino que quería que parara de darle vueltas a la cabeza y viviera el día que empieza como un día lleno de vida y no verlo todo de color negro y gris rodeado de muerte absurda).

Bajo la ducha de agua templada lloré por Matilde y también por mí... “¡Maldita sea! ¿Por qué no me hiciste caso?”, Golpeando la pared de la ducha con un puñetazo, maldije a Ignacio también. El segundo reloj de alarma sonó coincidiendo con mi salida del baño, ya seca y con el pelo cogido en una coleta me miré en el espejo, francamente estaba muy delgada, pero lo cierto es que había recuperado casi quince kilos de todos los que perdí. Ahora se podría decir que estaba bien, aunque me veía yo misma al espejo, sin brillo en los ojos, ni en el pelo. Vamos que ni a mí me gustaba lo que veía, eso era buena señal, ya que por fin contemplaba la parte de mí, que no me gustaba esa parte de la que me escondía, sencillamente de la realidad.

Me puse el chándal gris, como el color de mi estado de ánimo y con el sonido del claxon del coche de mi Tío, agarre la bolsa de ropa, que me ayudo a preparar mi Tía Enriqueta, eché un último vistazo a mi vacío y destartalado apartamento. Después, me despedí de él, cerrando la puerta. Bajé por las escaleras corriendo, como huyendo del mismo dejando atrás la desesperación tras aquella maldita puerta. Llegué hasta la acera me detuve y miré hacia el balcón de mi apartamento como si quizás... esperara inconscientemente que alguien me dijera adiós con la mano, pero nadie lo hizo. Cerré los ojos un amargo instante de resignación conformándome con el vacío que me quedo, me mordí el labio inferior y balanceando la cabeza de arriba abajo me dirigí hacia el coche.

Entré en el, saludando con un soso “hola” a mis Tíos al tiempo que sentaba en la parte trasera del coche; Porque mi Tía se marea; cuando no es ella quien conduce. Pusimos la radio durante un rato y escuchamos un programa, que sin duda alguna debe ser divertido, pero recuerdo, que a mí no solo no me gusto, si no que me pareció bastante estúpido hacer que llamen a tu pareja en traidor directo, para que otra persona le invite a salir, o a algo así más o menos. Me pareció muy triste que las personas sintieran deseos de divertirse a costa de las desgracias ajenas, que horror se debe sentir; al comprobar ante miles de oyentes si realmente tu pareja te son fieles o no. Me pareció un auténtico Reality Show radiofónico.

Tía Enriqueta opinaba igual que yo y cambió de emisora poniendo una de música en la que daban un programa especial, “Canciones de los Sesenta”. Canciones que yo conocía bien, pues eran las favoritas de mis padres, oírlas nuevamente me hizo recordar tiempos mejores, cuando yo de pequeña cantaba con mi madre... “otro vacho de chervecha que che chuve a la cabecha anda chava chuve y chirve otro vacho de chervecha...” o Las flechas del amor, pero cuando sonó “Mami Blue” me sentí turbada, con un nudo en la garganta y... ya no pude cantar más; sino que ese nudo explotó y sin más empecé a llorar. Casi no podía creerlo, era la canción que mamá cantaba, ese día, ese día que yo casi había borrado ya de mi mente, de nuevo el fantasma del horror hacía acto de presencia sin darme apenas cuenta mis recuerdos me traicionaron y allí estaba yo, en aquel coche muchísimo más joven;... Mama cantaba y lo hacía también que papá paró el coche; para oírla mejor, sin que los baches del asfalto jugaran una mala pasada a la garganta de mamá.

Pero la vida es así, un asco, un hermoso y mal oliente asco. Cuando permite que un desaprensivo borracho inhunde de alcohol, nuestra paz invadiendo nuestro carril, hasta destruir nuestro coche y dejando en siniestro total nuestras vidas. Sólo el silencio nos quedó, tras el ruido chirriante del frenazo, un frío vacío, no mas canciones, no más “Mami Blue”, no más papá, no más mamá... Aquello había destrozado mi corazón y todo lo que yo amaba en tan solo un segundo; quedándome sola en aquel arcen, pequeña, minúscula e indefensa entre hierros rotos.

Cerré mi boca tragando saliva con autentico mutismo, liberé con ayuda de un pañuelo mi pena por la nariz y conecte mi cd portátil para huir y así aislarme con la única música que últimamente me relajaba, entre espiritual, disco y gregoriana cerré los ojos para que por un momento mis pensamientos se diluyeran con la música de “enigma” cosa que conseguí, después al abrirlos contemplé como se alejaban los árboles por la ventanilla del coche y aleje de mí aquel momento, aquel sonido que me persiguió durante tanto tiempo... y me di cuenta de que aquel chirrido de las ruedas aún me ponía la carne de gallina y mientas la música sonaba dulce en mis oídos, mis ojos se humedecían con el adiós y el desconsuelo dándome cuenta de que mi pasado se resistía a abandonarme alejándose también con los árboles por la ventanilla.

Después de una larga y silenciosa hora de viaje por carretera, llegamos al pueblo. Estaba situado tras las colinas pardas, cubiertas de matorrales marchitos y alimentados por una tierra ahora seca y que antes estuvo provista de pinos, pinos que cubrían gran parte del país, la veo ahora esa tierra desnuda de árboles y yerta por el cálido abrazo diario del sol y el manto frío de sus noches, Ese lugar esa tierra con todas sus desgracias ecológicas se reflejaba, o mejor dicho se erigía como una hipotética gemela mía, era una víctima de las circunstancias así como yo lo era de mi propia desesperación ella lo era de su irreparable desertización. Al girar por el recodo del camino, reconocimos la figura de aquel enorme árbol, aquella enorme torre de sombra, aquel árbol que daba fresca sombra a un desierto que se resistía a morir a una sequera, tierra viva en cultivos aunque ahora yacía reposando en dormitado y cíclico barbecho.

Aparcamos el coche junto al gran eucaliptos que destacaba sobre los dos pinos de la entrada, era el rey del jardín, que a su vez daba sombra a aquella vieja casa de campo, nada agradecida por la misma, ya que sentía como ese maldito árbol la arrancaba cada día un poco más con sus profundas raíces, de sus cimientos, pensé que aquella casa vieja y agrietada por el tiempo, sería una jaula de oro para mí, un insignificante gorrión al que la vida cazó y cortó sus alas.

Bajamos del vehículo, mis tíos los dueños de la finca y yo una chica de aspecto enfermizo y tembloroso. Recuerdo la casa que antaño fue bonita, resplandeciente esa casa destartalada y que ahora lucia solitaria, de aspecto medio abandonado, era quien me hará compañía y dije en alto lo que pensé en ese momento ya que me vino la imagen del solitario perro en la carretera ”Es como si me abandonaseis”.

Mi tía, que ya era una mujer mayor, me increpó dulcemente pero con seguridad “no digas eso, Cristina, nena acordamos que necesitas... - hizo una pequeña pausa para contener el llanto- que debes pensar. Necesitas darte tiempo, tiempo muerto y aquí pasaste tu infancia, o ¿es que lo has olvidado?.”

Tu tío y yo creemos que es lo mejor, ya sabes que no hay teléfono. Miguel el cartero pasará cada día por si necesitas algo. La despensa está llena, tienes de todo. Si lo deseas, nos llevaremos la televisión y la radio pero... Hizo otra pausa mientras giraba sobre si misma mirando el entorno y siguió diciéndome... creo que no será necesario, ese aroma a antaño me dice que todo irá bien y que no te faltará de nada. Tú intenta pensar, aquí tienes todo el aire puro que necesitas, cariño no debes destruir algo tan bello como tu vida, aquí podrías liberarte de esa condena que te ahoga y que te mata, y ponerte en la prueba que puede salvar el resto de tu vida. Esto último lo dijo mientras sus ojos humedecidos cristalizaban volviendo a llorar otra vez, me abrazó y dándome un beso en la frente se dio media vuelta, entró de nuevo en el coche y desde la ventana me dijo adiós.

Después de ver como se marchaba el coche de mis tíos por el camino de la ladera confundiéndose su silueta con el polvo del lugar, cogí mi bolsa de mano y dando un giro a mí alrededor, vi en un amplio y hondo suspiro el mundo que me rodeaba, estaba ante mí la casa de mis tíos desnuda de penas y alegrías, sola con ella. Una construcción básicamente de pueblo con paredes de piedra cubiertas por estuco de granito en piedra rosa que ahora era más bien marrón oscuro por el paso del tiempo. A la izquierda de la entrada principal, estaba situado el pozo pero me costó reconocerlo por el frondosos tamaño que había ganado con el tiempo la hiedra de la abuela Marta, cubriendo el pozo y la totalidad de la pared del mismo, tapando la gigantesca bogamilia de color naranja una de las grandes ventanas. La casa no tenía el típico techo de tejas rojas; si no que era de pizarra negra que mi abuelo trajo en sus viajes desde Andorra. Donde construyo parte de las carreteras del lugar como obrero inmigrante para sacar adelante a su familia.

El porche estaba cuidado porque de vez en cuando los vecinos venían a vigilar y a regar pero a la vez parecía un poco abandonado ya que el manzano necesitaba ya una buena poda y ya no se distinguía si era césped o mala hierba lo que había en el suelo del jardín. Viendo aquello finalmente me decidí, y tomando de nuevo una bocanada de aquel sanísimo aire, anduve unos diez pasos y empujando el portón de la casa entré en la misma. El interior de la casa seguía como entonces, aunque con algunos adelantos técnicos. La vajilla de la abuela Marta, aún estaba en la repisa de la chimenea, con su juego de candelabros de cerámica, en los extremos de la misma, ese juego que mis abuelos trajeron en su fugaz viaje de novios por Talavera de la Reina, los visillos de bolillo y los tapetes de Portugal. Mi abuela estaba muy orgullosa de aquellas pertenencias ya que por la época en se caso era la envidia de sus vecinas ya que fueron una de las pocas parejas que salió fuera del pueblo de viaje de novios, todo un lujo por aquel entonces.

Tras dejar la bolsa en la habitación de mi primo, me sentí como en un experimento de psiquiatría, siendo observada por la claraboya que hay en el techo, donde si quisiera, Dios podría espiar a través de ella todos mis erróneos movimientos.

Era una habitación acogedora, liberal que a pesar de todo estaba bien, se intuía la decoración de mi primo Quique. Aquel póster de la Guerra de las Galaxias y el de aquel gracioso mono jugando a tenis, que entre todos le compramos para su cumpleaños. Cerré los ojos para recordar ese momento y me di cuenta que solo me pasaban o nos pasaban desgracias a mí y a mi familia. Es muy cruel la vida, ¡maldita sea! que hubiera sido de él; si no hubiera ido a comprar tabaco aquel fatídico día, parece que aun lo recuerdo... llovía, era una mañana triste se olía el otoño en ella a pesar de ser primavera. Quique tenía que hacer un complicado trabajo de astronomía para la beca, estaba tan nervioso que necesitaba tabaco como no tenía salió de su cuarto decidido a comprar y aprobar aquella asignatura y diciéndole a su madre que la quería mucho salió corriendo sin apenas mirar atrás, cuando el tiempo se paralizo y su futuro desapareció quedándonos solo su recuerdo y su pasado aquel coche perdió el control dejando otro estruendoso estrépito del freno y tras un golpe seco lanzando su cuerpo por los aires, yendo a parar mi primo siete metros más adelante sin vida bajo un todo terreno de color azul. Ironías de la vida su coche favorito, el coche con el que él decía que se sentía más vivo. ¡La vida es una mierda! Dije en alto.

También me vino a la mente cuando yo con todos mis amigos cantaba en esa habitación con música de películas, haciendo que mi piel tomara vida propia crepitándose mi bello con la vibración de la música, que de nuevo volvía a mí con mis recuerdos. Ellos tocaban la música con cuatro instrumentos inventados, botellas, latas creaban todo tipo de percusión dejándonos llevar por las notas poco acústicas de cuatro gomas elásticas puestas en tensión sobre el hueco de una caja compacta de madera y yo situada en el centro cantaba... sin darme cuenta, mi mente hoyo de ese feliz recuerdo, introduciéndome maliciosamente en otro que por el contrario me hacia daño, mucho daño fue como dar un salto brusco en el tiempo cuando recordé que con Ignacio, fuimos de Karaoke en Karaoke hasta acabar cantando en un club de alterne. Durante un tiempo fue divertido pero luego... luego llega la mala suerte, el alcohol no, trague saliva, pues todo era muy asfixiante y debía superarlo aunque reconocía que el alcohol no ... no perdona ni si quiera a sus más fieles adeptos.

Dando otro profundo suspiro decidí tras poner las cosas en el armario bajar a la cocina a pelar guisantes y preparar un poco de pollo. Transcurría la mayor de las tranquilidades, nadie se imaginaba lo que sucedía en mi mente, yo una chica tan callada y a la vez tan llena de tristeza, como mi ropa, mi calzado y mi insípida mirada. Todo parecía indicar que se acabó, que no valía la pena seguir.

Así que sacando fuerzas de donde ya no las hay, me puse en pié dejando que la silla que me ataba a un tedioso letargo, lleno de malos recuerdos cayese al suelo, ya nada me importaba tenía que terminar con esa maldita esclavitud, que una y otra vez me hundía en el olvido y dije irónicamente en alto, lo que tantas y tantas veces llegue a decir. !Una más y acabar¡ aunque esa vez realmente sonó a verdad, una cruel verdad.

Es tan real esa falsa libertad. Y a la vez es tan amarga la mirada en el espejo, mientras te ves reflejada matando tu vida en una inspiración de blanco veneno. Es tan fútil la presencia del valor cuando no se tiene, es tan triste la presencia del miedo cuando colgada y medio muerta te liberas. Es una libertad que no siempre da sentido a lo que es la vida, y aunque parezca de color es un borroso recuerdo por olvidar. Es tan ignorada mi presencia en mi interior que morir no importa y ahogarme en alcohol tampoco, aunque el alma te quede tan hueca como una botella, sin fuego en su interior, ese poder es un fuego que a la vez que revienta tus neuronas destruye tus miedos pero el fuego es un mentiroso que te engaña y te engaña, hasta caer en su trampa como una araña atrapa una mosca. Vuelas pero la realidad te ata los pies para que jamás eleves el vuelo de verdad. Ese golpe, ese batacazo, es lo que me hace reaccionar, lo que me dice. Que he de luchar.
Me sentía nuevamente esclava, por unos segundos de esa necesidad, de tener sobre mi frente ese conocido mío, ese frío sudor mientras miraba la ventana pensé... quiero volar, salir fuera de mi cuerpo, quiero ser solo ese sueño que nunca queremos acabar, ese en que parecemos tan felices e inocentes y dije, no quiero que sea mentira, debo salir de aquí. Abrí el portón de la casa de campo en una vaga espera de que aquí podría aclarar mis ideas, lejos de la ciudad, lejos de esos a los que llamo mis colegas. Aunque me sintiese como un pájaro sin alas en una Jaula de oro lo cierto es que ansiaba salir volando de allí y que realmente la prisión que me atormentaba no era la casa, yo tenia la llave de mi celda de castigo ya que mi prisión estaba dentro de mi, dentro de mis recuerdos y pensamientos, Dios!! Deseo tanto poner fin a todo de una vez.

El sol que me daba en la cara hizo que tuviera que cerrar mis ojos ante su presencia pero ya todo daba igual y corrí desesperada camino abajo, sentía como mis latidos escapaban de mi pecho, me sentía furtiva y salté rocas, ramas, gritaba asustando a conejos y a pájaros mientras mis pies volaban por un caminillo estrecho del bosque, mis venas parecían reventar con el pulso de los latidos de ese maldito mono, debía agotarlo antes que acabase el conmigo.

Sin casi esperarlo me acerqué al borde de un precipicio. Estirando los brazos como un águila que desea volar, dejé que un grito huyese desesperadamente de mi garganta, al tiempo que unas piedras saltaron de debajo de mis pies al abismo, haciendo un ruido sordo al caer al pantano despertándome a la realidad. Había reconocido de nuevo bajo mis pies, como aquel día en el coche, el rostro de la muerte.

Las ahora desdeñadas y antes profundamente oscuras aguas del pantano esperaban tal vez, que unas largas y generosas lluvias cubrieran de agua su desnudez dejando atrás su aspecto medio seco. En el centro del viejo pantano el bajo nivel del agua dejaba ver el torreón de un ajado caserón provenzal. Tal vez los dueños quisieron darle el aire de un castillo señorial. Pensé en si tuvieron hijos y lo divertido de sus juegos imaginando ser príncipes, princesas o caballeros. ¡Que bonito es soñar!... Me sentía como una cría, me vi corriendo por el jardín de nuevo era un inusitado infante y oía en mi cabeza sus juegos y canciones. Todo lo que llegue a tomar había hecho una dura mella en mi mente y a mi imaginación no es que le hiciera mucha falta realmente.

Sentada sobre una enorme roca cierro mis ojos y dejo que el sol ilumine la punta de mi nariz. Notando como los pelos de mis brazos se relajan al contacto cálido de sol sobre mi piel, entonces mi corazón late ahora más relajado. Y dejo que mis oídos puedan escuchar el canto que produce el salto de agua de la roca que tengo bajo mi ahora insignificante cuerpo, en esa paz y con esa dulce e inseparable tranquilidad que lo envuelve todo me quedé dormida, mis pupilas querían salir, querían gozar viendo flores y gorgoteos de fuentes. Eran sueños tontos, pero es que no quería más rayas blancas en espejos de bolso, mis ojos deseaban ser brillantes y reverberantes de vida y no lastimeros, llenos de lágrimas, saladas como mi suerte.

Una suave brisa vistió la piel de mis brazos que, con el calor del verano, enseñaba bajo las mangas de una camiseta roja y la piel de mis piernas desnudas al sol en unos vaqueros cortos y desgarrados a tijeretazos. Allí en una roca volaba por fin sobre el pantano e imaginé un lugar, en otro tiempo y una fina niebla creció con la brisa.

Abrí los ojos, me levanté como en otra dimensión. Un lugar frío y húmedo, un mundo gris me rodeaba, parecía que el negro pantano había desapareció dejando en su lugar un camino dominado por las zarzas, camino recto hacia su objetivo, hacia un caserón iluminado, en el centro del valle. De lejos se oían unas voces masculinas que cantaban o tal vez rezaban por lo que me pareció reconocer; eran cantos gregorianos, al oírlos sentí una profunda paz. Ya no tenía el pulso acelerado del mono ni la respiración entrecortada, ni ese fastidioso sudor frío que siempre me acompaña.

Caminé por un pasillo de zarzas y era curioso pues no sentía picor con sus rozaduras. Eché un vistazo a mis piernas y no tenía señales, era obvio que soñaba. Consciente de ello, hice que mi incorpóreo cuerpo fuera tras las voces que llenaban mis venas de una Fe que crecía dentro de mí a cada estrofa que escuchaba como si de una nueva sangre se tratase.

Me sentí atraída por el caserón como atraída como por un imán de la curiosidad, aquel caserón oscuro que escondía en su interior, aparte de la paz que emanaba por el aire, ahora lleno de luz y de calor iluminaba la noche, junto con una enorme luna llena. Me acerqué a la puerta que parecía la principal. El picaporte era de oro macizo y con los tímidos rayos de la luna brillaba de una manera especial, era la cabeza de un halcón con capirote. Definido esto, llamé a la puerta y a los golpes se sumó un grito que con un sobresalto por mi parte cubrió la espera, elevé la mirada y vi a una lechuza sobrevolar el bosque qué había dejado tras de mí, posándose en un árbol cercano a la vez que abrieron la puerta. Un hombre bajito con sonrisa bonachona y mejillas sonrosadas, tenía en la parte trasera de su cabeza una cuadrada calva característica de alguna orden religiosa en especial, cubierto con unos hábitos de color púrpura, y una cuerda de cuero en el cinto, me dio la bienvenida a su humilde morada, diciéndome: si tu paz está perdida aquí la encontrarás y emprenderás de nuevo el camino.

Seguí a aquel anciano que caminaba arrastrando los pies por un pasillo hasta una gran sala llena de arcos, con ornamentación de filigranas de oro sobre mármol azul turquesa con figuras en jade y alabastro. Mirando hacia arriba, vi murales de flores y animales que convivían felizmente en los bosques y recuerdo que me pareció increíble que hubiese tanto espacio dentro de ese caserón del pantano. Entramos por una puerta de color negro y dentro había una pequeña sala con velas un pequeño banco para rezar ante un altar era sin duda un espacio para el recogimiento, una capilla, preparada para un encuentro íntimo con el creador, la luz de las velas y el sonido de una flauta dulce, muy dulce hizo que me encontrase cómoda y me senté junto al anciano que me preguntó directamente: ¿Cristina te gusta la flauta?.

Yo no sabía que responder. De repente algo pasaba, pensé estoy en un sueño, estoy soñando... Que aun me quedan restos de las drogas que tomé y del alcohol que bebí; que sigo colgada y ya no distingo bien la realidad, eso me pasa por querer vivir un sueño y además ese hombre conoce mi nombre... tengo hambre, me levanté de lado del anciano y curiosamente ya no estaba allí, en aquella sala sino junto al lago de pié sobre aquella enorme roca y me embargó una increíble sensación de vértigo. Fue entonces cuando decidí volver a casa.

Crucé caminando el bosque que había junto la casa, le di una palmadita al eucalipto como hacía cuando era pequeña y entré en la casa. Tío Paco me dejó el equipo de música, un montón de Compactos, películas romanticonas y viejas comedias sobre la tele, junto a un montón de libros de los que a mí me gustaban de pequeña, los de ciencia-ficción y aquellas ediciones de bolsillo sobre aventuras del Oeste Americano que mi abuela Marta leía y releía. También dejó Tebeos, Tío Paco me conocía bien, tal vez sólo quería que aquella niña a la que le gustaba escribir volviese pidiendo los pastelitos de chocolate de la tía. Tras pensar en esto la sensación de hambre había crecido mucho y fui a ver lo que había en la cocina. Por un momento, creí que los ojos se me salían de las órbitas, estaban allí, sobre la mesa una fuente llena de los pastelitos de Tía Enriqueta, habían de chocolate, crema y coco. Pensé, que eso es lo que había estado haciendo mientras yo fui con tío Paco, a comprar los sellos que él coleccionaba, Sellos sin valor, pero con todo el amor que se le pueda dar a un sello, mi Tío Paco los guardaba celosamente, eran su gran tesoro.

Miré en el interior de la despensa, y había un jamón y un congelador con carne, pescado, verduras, helados, pan y... no puede ser verdad, ¡PIZZAS!. Se han acordado también de las pizzas. Salieron algunas enormes lágrimas de mis ojos, en agradecimiento por tanto detalle y pensé que debía intentar salir de aquello, aunque solo lo intentase por ellos, quien sabe... igual encontraba oculta en el sabor de aquel pastelillo, una razón para salir de aquello. Cogí el cuchillo y me dispuse a no pensar en nada más que en hacerme un “bocata” con el jamón. Llevo tanto tiempo sin comer jamón, que aquel jamón tan modesto me supo a Pata Negra, además ya era tarde, para preparar el pollo.

Me sentí tan feliz, que tuve miedo de que también fuese un sueño y quede horrorizada y sentí escalofríos al imaginarme en otra situación paralela, en la que yo no estaba en la casa de campo, de mis abuelos, si no que me despertaba, en el suelo de algún callejón, empapada en sudor y agarrada a una botella vacía. Más tarde, puse música en la cadena y me senté para ver, una de esas películas románticas y me imaginé protagonista, cogí un libro que siempre llevo conmigo, “Cyrano de Bergerac”. Lo había leído tantas veces, Su amor por roxana me hacia envidiar ser ella y alejarme de mi vida siendo otra persona, aunque a veces realmente me sintiera más como él, como Cyrano. Releí, en voz alta aquellas cartas de amor, aquellas palabras, sus versos... “Al fin y al cabo, ¿qué es, señora... un beso? Un juramento hecho de cerca; subrayado de color de rosa que al verbo amar añaden; un secreto que confunde el oído con la boca; una declaración que se confirma; una oferta que el labio corrobora; un instante que tiene algo de eterno y pasa como abeja rumorosa; una comunión sellada encima del cáliz de una flor; sublime forma de saborear el alma a flor de labio y aspirar del amor todo el aroma...”

Creo que me quede dormida soñando imágenes de amor, sueños que tal vez no se rompan como una figura de porcelana tras caer al suelo de la realidad cayendo abatidos mis ojos cayeron abatidos por el sueño en aquel viejo pero confortable sillón del salón. Aunque imágenes de otros tiempos me vinieron esa noche a visitar.
Ignacio gritaba y gritaba, sin parar, golpeaba las puertas y las paredes, No coordinaba mucho sus palabras, pues llevaba una borrachera especialmente dura. Había perdido el trabajo por culpa de la bebida. Y recientemente habíamos enterrado a Carlota, su hermana muerta tras una intoxicación etílica producida por su deseo de abortarse ella misma de esta vida vacía de todo, víctima de la anorexia nerviosa sus manos se acercaban a mi cuello, y empezó a apretar, la ira que encendía de rojo su rabia, se tornaba pánico en sus ojos, ojos que me miraban fijamente y cuando con mas odio me apretaba, apenas podía ya respirar, cuando creí que allí mismo, todo se acababa que la vida era una gran estafa... Ignacio suelta mi cuello se arrodilla ante mi rompiendo a llorar... mientras yo desfallecida yacía a su lado.

Yo, me encontraba en un profundo bosque, con gentes vestidas de negro. El frío me rodeaba, una brisa suave y fría entumecía mis sentidos, la bruma semitransparente, como una súbita niebla, lo envolvía todo de magia, dando la sensación de estar cubiertos por una capa de gasa blanca y la soledad no era buena compañera, cuando tras un golpe de tierra en la cara, me hizo revivir, me hizo despertar ante una gran luz vino a mi encuentro. Era cálida y con olor a inocencia, tras de mí, oí pasos y los seguí. Estaba entrando en la sala del anciano que aún esperaba que le respondiese sobre la flauta, esa dulce flauta que sonaba, no sabía si era verdad o sueño, pero me atreví a entrar en esa dimensión y salir así de aquel mal momento, de aquel mal recuerdo... El recuerdo de ese día, volvió a mi mente, el día que decidí dejarle, tampoco Ignacio volvió, jamás no nos volvimos a ver, creí haber borrado esa imagen de mi cabeza, pero era evidente que ese maldito recuerdo, esta allí, escondido en algún pliegue de mi cerebro luchando por darme una explicación... y sin pensármelo más, di respuesta al anciano y a su pregunta contestándole...

- Sí, me gusta la flauta, precisamente porque es un instrumento que emite un sonido dulce, muy dulce. - sonriéndome me rogó con un gesto que volviese a sentarme junto a él, que no tuviese miedo de la muerte, que no era mi momento, me senté a su lado, como él me indicó insistentemente segundos antes agitando su arrugada mano en dirección a un trozo de banco a su derecha y me apretó las manos en ademán de dar confianza, y preguntó si quería oír una historia. Cuando vio mi rostro afirmativo inició su relato.

Empezó diciendo...

En una aldea, de una vieja montaña, nacía el sol, rompiendo con sus rayos las cumbres blancas, que el invierno dejaba tras de sí, el calor, hacía que la nieve, crujiese de dolor pues la primavera ya estaba muy cerca. En lo alto de un campanario, estaba Alicia una niña pequeña, que gustaba de subir a parajes altos, para contemplar la salida del sol y quizás sentirse pequeña, una minúscula parte del todo y así no sentirse nada inferior a los demás, en una esquina del campanario el tiempo y la dejadez y tal vez el viento, trajeron tierra y semillas que más tarde se convirtieron en flores, el sol y la lluvia hicieron el resto. En aquella esquina soleada hizo que una brizna de hierba poco a poco convirtiese en flor. Una flor muy hermosa, a la que Alicia regaba y hablaba horas sin parar, contándole todos sus secretos. Cada día, en vez de ir a la escuela.

Alicia, ignoraba que el padre Juan, la seguía todas las mañanas, en sus excursiones al campanario y que allí, escondido oía a la pequeña las cosas que ella le decía a aquella flor, cosas que no contaba a nadie, dejo de ir a la escuela, ya que Alicia tras la muerte de su madre, no hablaba. El padre Juan, silencioso siempre, entendió poco a poco a la pequeña, y dejo que ella contara sus problemas, a aquella flor, entendiendo que así ella abría su corazón para desahogarse, aunque no fuera más que, para hablar con una flor.

Una mañana, Alicia subió al campanario y su flor, ya no estaba viva, se había marchito por el calor excesivo del verano y Alicia entendió que la flor, debía también morir, aunque fuera lo más hermoso que hubiera en su vida, las injusticias a veces tienen una razón y a veces no. Tras aquello, Alicia cambio, empezó a hablar con todo el mundo y volvió a la escuela.

Días más tarde subió corriendo al campanario y entre sus manitas traía de la montaña, una pequeña flor que planto en aquella esquina. Alicia miró en montoncito de tierra y lo regó con mucho cuidado de no encharcar y se despidió de ella con un beso y de su mama mirando el cielo. El padre Juan escondido lloraba de alegría y desde entonces sube todos los días a cuidar de la flor, y cada día da gracias a Dios por su poder, pues ahora sabe que hizo bien cuando decidió arrancar aquella primera flor dejando que ésta se secase al sol.

El anciano, me cogió las manos tras narrarme aquella fábula, aquella situación en el campanario, aquella flor se abría paso en mi cabeza, cuando aún no me había recobrado de su exposición el anciano me miró con sus ojos llenos de paz y me preguntó de nuevo. ¿Qué piensas Cristina, fue un castigo o un premio el gesto del padre Juan? Miré al anciano a los ojos y recordé cuando la profesora de literatura nos preguntaba sobre algún libro y me concentre en estructurar la respuesta. Luego pensé en lo que él quería, pero las personas no pueden ser objetivas. Y menos yo, pues a mí el progreso tampoco me ha tratado bien. Creo que ahora buscaré y ahuyentaré mis miedos a ver si me cambian el futuro o me eliminan el pasado. Así que le contesté...

El progreso no es siempre un avance. Habría que sopesar las opiniones de todos los implicados, pero todas las verdades son y serán siempre subjetivas y ninguna será la cierta. Si lo vemos desde el punto de vista de la flor, fue un castigo a la vez que premio, ya que protegía a la pequeña, y si lo vemos desde el punto de vista del Padre Juan la flor, debía morir, para que Alicia entendiera una lección de vida, Lección en que pudo ser peligrosa, pues Alicia pudo haber reaccionado de otra manera sintiendo odio o sintiéndose defraudada pero gracias a Dios como dice el padre Juan entendió que su mamá no la abandono y le da las gracias a la flor por enseñarle aquello a lo que siempre tenemos miedo a la muerte sintiéndose liberada de esa carga.

Día 2º ...MARTES...

El anciano tras sonreír, me dice... Cristina estoy seguro de que sabrás solucionar la siguiente paradoja. Pero aún no, ya que debes levantarte, ya es de día.

Dicho esto, el zumbido que venía oyendo hace rato, tomó una forma graciosa, revoloteando sobre mi nariz, e hice algo, que jamás había hecho, soplé hacia el insecto para que se alejara. No quise matar, ni siquiera a esa minúscula mosca. Me levanté del sillón, y me costo bastante, ya que me quede dormida en el mismo y mis huesos lo habían pagado muy caro. Estaba un poco anquilosada. Tras pasar toda la noche viendo pelis y leyendo. Menos mal que programé el televisor, solo para las dos horas que pensaba mantenerme despierta, y se apagó solo.

¿Un avance positivo del futuro? Me pregunte
Sí, contundentemente si, me respondí yo misma.

Di cuatro saltos de rana, mientras hacía unos ejercicios de gimnasia. No sabía, si me iba a romper con tanto movimiento. Llevaba unos días en los que apenas realizaba ejercicio alguno y mi cuerpo estaba pidiendo a gritos, una reforma, tanto tiempo bebiendo, hizo que mi piel se volviera triste y seca que no tuviera aquel brillo de mi inocente juventud, he de reconocer que solo levantarme ya era todo un maratón.

Empezaba a sentarme bien la vida sana; ahora que no sentía necesidad de beber. Pero pensando, en que ya no pensaba en ello, volví, a sentir esa asquerosa ansiedad de nuevo, sin apenas poderlo evitar caí de rodillas al suelo. No podía, era superior a mí, aunque ya no tenía, ese sabor dulce seco y cálido del alcohol en mi boca, empecé a sentirme débil y deseé tener ese líquido elemento, una vez más danzando entre mis dientes. Ese sabor, invadiendo mi boca, ese calor que antaño me dominó, bajase nuevamente por mi garganta, para sentir una vez más esa explosión de ardor en mi estomago.

Viéndome derrotada de rodillas al suelo y liberé mi ansiedad en surcos de lágrimas deslizándose por mis mejillas. Se diría que me cogió llorona. Sentía en la punta de mi lengua el sabor salado de mi impotencia y eso me hizo reaccionar y olvidar el sabor del alcohol. Tenía que ser más fuerte y susurrando poco a poco hasta hablar más alto me daba ánimos a mi misma. Me iba diciendo: “Venga vamos, VENGA VAMOS” como me solía decir la enfermera Gutiérrez en la clínica. Así que tras varios minutos de angustia conseguí levantarme y fui a la cocina a desayunar.

Mientras tomaba un café con leche y los pastelitos de chocolate, dejé que de éstos últimos... su sabor se deshiciera lentamente contra mi paladar, para que su sabor anulara el recuerdo del alcohol filtrándose dentro muy dentro de mí y así poder sentir el calor del sol en los campos de cacao.


Justo en ese momento, llamaron a la puerta. Deshaciendo ese relajante momento y levantándome de la silla y apartándome de la mesa me dirigí a abrir la puerta. Vi bien poco, por el sueño ya que el sol me cegaba un poco los ojos. Tras unos pequeños y casi insignificantes segundos de ceguera, una certera nube, tapa el astro rey, en su paso por el cielo, dejando que mis ojos, coparan la totalidad de mi campo de visión. Entonces lo vi, allí le tenía, era un muchacho que antaño fue enclenque y que ahora, yacía algo mas que apetecible ante mi, desafiando a mi libido en la degustación visual de su presencia; era evidente que a Miguel el paso del tiempo no le había traicionado como a mi.

Ni siquiera escuché lo que Miguel me decía; debió pensar por mi manera de mirarle en un lento y ascendente avance desde los pies hasta las cumbres rubias de su cabeza,... que estaba sedienta de pasiones y él se ruborizó. Al darme cuenta de mi actitud, mis hormonas jugaron en mi contra, reflejando en mis mejillas, un tono juvenil y encarnadamente avergonzado, dándome cuenta a su vez que ante él, ante Miguel, había una joven rubia, desgreñada y con una escasa indumentaria ya que... me di cuenta de que solo llevaba puesta una camiseta roja de Mickey Mouse. Él alargó su mano hacia mi nariz. Me dijo: Llevas chocolate en la cara. Y ahí me acabó de rematar, Liberé el pánico generado por la adrenalina de mi desesperación, con un grito y cerré la puerta de un solo golpe, en sus narices. Hablamos a través del portón sin vernos ¡Qué vergüenza! Sucia y medio desnuda; ante ese APOLO con mayúsculas. Dijo que volvería a pasar por la tarde, por si necesitada algo, diciendo esto último cogió su bicicleta y pedaleando, marchó por el camino hacia el pueblo. A través de la cortina de bolillo de la ventana, no perdí detalle, seguí todos los movimientos de su cadera al pedalear en la bicicleta, buff, suspirando regresé a mi cotidiana y nueva realidad, a la cocina.

Después organicé, todas las cosas que desde ayer tenía desperdigadas por toda la habitación. Oyendo música de Mike Oldfield, limpié la sala, me puse un chándal y salí a correr por el campo. Quien sabe, a lo mejor tropiezo con Miguel. Me imaginé a Miguel repitiendo las palabras que Cyrano le decía a Roxana en la escena del balcón, a la vez que subía por una loma, a una montaña cercana a la casa. Tenía unas rocas, planas pero con suficientes salientes para poder trepar, que se podían subir muy fácilmente. Cosa que era de agradecer, pues no tengo ni idea de escalada. Era cómo una escalera al cielo. Aunque quien sabe xi soy un ángel caído.

Trepé por ellas y tras un caminillo, llegué a lo que sin duda alguna era una vista maravillosa. De espaldas a mí tenía el pantano oscuro y verdoso, desolado por el tiempo y las sequías, de frente el vetusto pueblo de casas encaladas que fue testigo de mis juegos infantiles en otros veranos, a la derecha estaban los campos de cultivo del alcalde que ahora yacían en reposo, con algunos labriegos pasando sus tractores, preparando la tierra para futuras cosechas y a la izquierda el bosquecillo que crucé ayer que está entre el pantano y mi casa. Era un bosque de pinos con mas piedras que vida en él, de entre sus ramas a veces se oía el canto de algún que otro jilguero o el ruido de hojas que alguna ardilla juguetona dejaba tras de si al recorrer a saltos de rama en rama su escasa extensión.

En aquel punto noté lo insignificante de mi existencia. Los pájaros en general trinaban en los árboles y el sol dominaba sin duda el firmamento. Dejando claro quien tenía el poder de dar o quitar la vida en aquel lugar. El rumor del aire daba majestuosidad y musicalidad al encuentro, haciendo silbar las hojas de los árboles, abrigando de magia aquel encuentro, el sol, la naturaleza y yo.

Ya era tarde, había estado paseando por los caminos con almendros y ciruelos, ¡Qué bonitos los ciruelos cuando están en flor! Parece que has cambiado de país y que vives en el Japón. Sobre todo en ese camino a la casa del médico que cruzaba como una línea recta las tierras del alcalde Adela su mujer hizo plantar los ciruelos a los dos lados del largo camino, ahora era conocido como la calle de los ciruelos. También estuve pensando, aunque la verdad no sabía si era muy sano pensar como yo lo hacía. Pero aún así, pensé y valga la redundancia, en que si los pensamientos realmente se pudieran escuchar, pasaría mucha vergüenza de lo que continuamente se me ocurre. Ya me dijo aquel profesor: escribe lo que piensas pues tienes una imaginación muy libre y quien sabe, igual te haces famosa algún día dejando que otros descubran tus pensamientos. Por el contrario, mi profesor de dibujo creía, que yo no podía ser buena dibujante porque no podía limitar mis dibujos a darles vida partir de un boceto de cuatro rayas. A mí me gustaba imitar sus formas con borrones, sombras y a partir de ahí, con ellos darles la vida que a los dibujos les falta, demasiado genio para poder controlarlo. Es como si mentalmente quisiese hacer nacer la belleza o la vida de la nada o de algo que realmente no era bello o que estaba muerto, abogado de causas perdidas. Tal vez cuando aquella gitana me echó las cartas y tras el ahorcado vio un pájaro, y dijo que yo podía ser el ave fénix que resurgía de sus propias cenizas, quien sabe... tal vez... yo inconscientemente sigo ese camino.

Dibujé parte del día, pero extrañamente por mucho que me esforzaba no conseguía dar con la vida, ni en el árbol, ni en la flor, ni en la roca blanca que tenía enfrente, pero me di cuenta de que mis dibujos reflejaban algo que mi mente oculto durante algún tiempo. Todo lo que dibujé curiosamente siempre tenían ciertas formas que para nada se reflejaban como inertes. Debía de reconocerlo no estaba por la labor de dibujar. Tenía otra cosa en la mente y eso explica porque el tronco del almendro tiene musculatura en sus ramas y un extraño bulto en el tronco y por que a su vez, la roca me salió con unas curiosas formas femeninas.

Tras esbozar una sonrisa, noté por un pinchazo en el estomago, que además tenía hambre, y por lo que deduje yo misma, no solo de paz y arte vive el hombre. Me senté en la piedra blanca que dibuje, una piedra que parecía confortable y saqué de la mochila las provisiones que había cogido. El jamón, el pan, el queso y el agua, ya que no podía coger vino. Tío Paco se lo llevó todo. Cuando acabé de comer, me quedé observando el comportamiento de una hilera de hormigas que sé llevaban las miguitas del pan a su hormiguero para alimentarse durante el invierno.

Tengo que reconocer que su vida puede que no sea tan simple como nos parece. Pero es que ellas tampoco se complican la vida como nosotros. Me acuerdo como de pequeña mi casa tuvo hormigas, de esas rojas tan pequeñinas, éstas aprendieron a vivir con nosotros sin molestar mucho. Bueno, un poco sí que nos molestaba. Yo, desde luego, no volví a beber agua en vaso y a oscuras en ningún sitio y desde entonces, duermo con un botellín de agua en la mesilla. Pero volvamos a las hormigas. Yo tenía sed y durante un rato vi a aquellos bichos en su afán de supervivencia, como llegan hasta el vaso de agua. Un vaso tubo al que le quedaban solo un par de dedos de líquido. Y vi entonces como algunas de ellas se suicidaban literalmente hablando hasta hacer una superficie flotante, como una isla, por donde las demás pasaban por encima para llevarse el agua a su hormiguero. Ingenioso y arriesgado a la vez pero el fin justifica los medios. Y ese valor maquiavélico debería ser merecedor de una condecoración púrpura. Y sin embargo son héroes anónimas que lo hacen sin ningún asomo de miedo, la supervivencia del grupo es su trabajo.

Sentí la urgencia de que debía realizar mis necesidades, la naturaleza es así y yo solo soy un animal más, lo de racional o no esta por demostrar y con lo exitosa de mi existencia era evidente que muy racional no era. fui tras unos chaparros, Y cuando es más íntimo el momento oigo pasos, y pensé como en una visión del ridículo. ¡Mierda! ¡Mira que si es Miguel, otra vez! Pero tras unos segundos de angustia justificada mis ojos discernieron al intruso, era un perro perdiguero sin raza que se acercó al olor del jamón, estaba tan abochornada que me dio por reír, reí tan alto que el perro salió despavorido, asustado por una risa de loca que lleno el espacio sin acertar a ver de donde salía la misma, pobre animal.

Recogí mis cosas, y me detuve un momento a mirar el vuelo de unas hojas y brozas del suelo que, una mezcla de calor y frío, se elevaron desde el suelo hasta el cielo formando un cono como el de los tornados pero infinitamente más inofensivo. Bueno, siempre que no se tenga en cuenta los restos de polvo que me entraron en los ojos. Tras limpiarme los ojos volví a bajar por el caminillo, pero iba tan ensimismada en mis pensamientos que mientras bajaba por las rocas, di rienda suelta de nuevo a mis pensamientos; esos que suelen venir a la mente como cuando por un momento notas un olor en particular, un aroma que te recuerda algo, pero que no sabes bien que es con certeza, aunque es tremendamente familiar. Tal vez solo hubiese sido necesario un olor para recordar o un gesto. Es curiosa la mente humana y su capacidad para guardar datos, el perfume que acompañaba el recuerdo vino a mi mente como un fogonazo.

Era el aroma de la mata del tomillo, y automáticamente me hizo pensar en cuando mis tías recogían tomillo de las montañas para realizar una base perfumista. Y así fue como con los ojos medio cerrados por el golpe de aire, y la inhalación profunda del aroma a tomillo, perdí el pie y que nadie me pregunte como pudo suceder, pero lo cierto es que ignorando completamente el ¿cómo? No toqué el suelo. Quedé atrapada en los brazos de Miguel, que por fortuna estaba bajo las rocas, se estaba bien... sí, pero tan bien entre sus brazos que no hice nada por soltarme e intenté deleitarme con ese microsegundo de placer en que reflejas tus fantasías sexuales más tontas con la sonrisa más estúpida que te puedas llegar a imaginar. Así pude entender perfectamente la actitud del protagonista de la película de la noche anterior, cuando la protagonista le acaricia y aunque él siente unos deseos enormes de besarla se retrae en el acto por tener pánico a sí mismo, como yo.
Era una sensación tan fuerte y yo tan pequeña, que aquellos ínfimos, escasos microsegundos fueron tan excitantes y tan llenos de fuego y pasión que, aunque no me explique bien lo compararemos al deseo de un niño por comerse un bombón o el placer de hacer lo que te han prohibido miles de veces. Pero ¿Porqué hacerles caso? Lo siento, pero lo que sentí a continuación fue demasiado obsceno, incluso para mí, que volvió el traidor calor encarnado a mis mejillas iluminando mi rostro como el intermitente de un coche ahora sí, ahora no. Mis ojos esquivaron entonces los suyos. No sé si por vergüenza o sencillamente por el ridículo integral que acababa de protagonizar, pero él rompió la situación, cuando Miguel habla y me pregunta ¿Te encuentras bien?

Y sin dudarlo mucho pensé que sí. Vaya que sí. Miguel me dejó suavemente en el suelo y me preguntó también ¿Qué haces por aquí? Apenas salió un pasear medio afónico y lleno de vergüenza y con ella me fui corriendo por el caminillo. Ahora estaba segura, totalmente segura de que Miguel debe pensar que soy imbécil, pero ¿Qué me pasa?- pensé en alto que aún no se como Miguel no llegó a escucharme.

Mientras andaba por el caminillo de cabras, que va hacia la casa, oí a mi espalda el timbre de su bicicleta y con su voz grave, tremendamente suave y penetrante, hizo que el vello de mi piel se erizase. Y sentí el eco de sus palabras en toda la superficie de mi piel no solamente en mis oídos, cuando me dijo, Espera Cristina ya te llevo yo a casa.

Me giré, me miré durante unos segundos en esos grandes ojos azules hasta perderme y sonriendo le dije de seguido pero casi tartamudeando... lo siento, lo siento. Debes pensar que soy imbécil, pero no sé que decirte para justificar mi torpeza, mi comportamiento de antes, Miguel alargó la mano y poniendo un dedo sobre mis labios me dijo con un susurro que me callara. Me indicó que me subiese a la barra de la bici, y me llevo a casa. Sin decir ni mu, fuimos deslizándonos por el caminillo que bordea la colina.

Sentí el calor que desprendían sus brazos y notaba que me excitaba el sentir su respiración en mi nuca como me excito sentir su dedo sobre mis labios. Creo que si me lo hubiese pedido lo hubiese hecho allí mismo en la barra de la bici. ¡Qué tonterías se me llegan a ocurrir!. Espero que no sé de cuenta, pero ¡Qué tonta soy si es tan evidente!, o piensa eso o piensa que estoy loca.

Tras pasados unos minutos de viaje y de silencio mutuo, llegamos a la puerta de mi casa. Ya eran las seis de la tarde y se quedó conmigo un rato. Ayudó a regar las plantas del jardín, pues ya no les daba el sol directamente. Cómo aún hacía calor, se quitó la camiseta y yo solo pude expresar un salido ¡Dios mío! Se me quedó la boca más abierta que los túneles del metro cuando grabé paso a paso en mi mente los movimientos de sus pectorales y el tamaño de sus brazos al quitarse la camiseta, vestido no lo aparentaba, pero era obvio que Miguel se cuidaba. Y ya con la manguera en la mano, regó los árboles, las begonias que mi madre plantó de pequeña y que Tía Enriqueta cuida con mucho amor pues el único recuerdo vivo que le queda ya de su hermana. Y también regó las demás flores del jardín.

Entré en la casa a refrescarme un poco, pues realmente me hacía falta y a preparar algo de cena, cuando desde la ventana de la cocina, vi cómo el sol que daba a su espalda, hacía que a ésta, de color bronce le brotasen unas gotas de sudor que se deslizaban lentamente por su piel. Mentalmente hice uso de mi gran imaginación y me volatilicé de la cocina donde observaba todo esto, a la vez que preparaba unos bocadillos para cenar más tarde con la puesta de sol, a pasar como una brisa a situarme a su lado. Y sentí como su olor penetraba en los poros de mi piel y como su olor lo hacía mío. Con mis manos y sin tocarle, seguía las formas de su musculosa espalda. Pero desperté de repente haciendo que mi cuerpo retrocediera hacia atrás, situándome de nuevo en la cocina, cuando oí su voz llamando: Cristina esto ya esta, me voy a casa. Dijo mientras se lavaba, en el grifo que conecta la manguera del jardín. Salí desde la cocina al exterior del porche, como alma que lleva el diablo, no podía consentirlo. Enfrente de él con los bocadillos en las manos le pedí con una enorme y brillante sonrisa que no se marchase, que había preparado la cena. Vaya, que me sentía muy sola y que tenía que ser precioso ver la puesta de sol.

Me respondió: Me quedaré un rato, ¿Cómo podía rechazar una invitación así y quedar mal, ante unos bocadillos tan buenos como estos?.

Sentados en el porche de la casa vimos como se ocultaba el sol a la vez que oíamos la música que yo había preparado. Yo no pude evitar de nuevo el tener que mirarle. Era todo tan perfecto, tan especial, que estábamos a oscuras y a su lado seguía habiendo luz. Él sintió que le miraba de nuevo y esta vez fue él quien inicia un ritual para observarme.

En ese momento sonaba Mujeres de Irlanda y Miguel con sus manos, me cogió de la cintura y empezamos a bailar bajo la luna. Con nuestras cabezas una junto a la otra oía su respiración mientras se estrechaba el espacio que nos separaba. Rozó suavemente mi cuello con sus labios y me estremecí. Sentía que era tan pequeño mi sueño de esa tarde en el jardín que era cierto que la realidad supera con creces la imaginación. Sus labios buscaron los míos, encontrándose en un dulce, cálido y sin fin beso, girando con la música, nos miramos a los ojos, juntó su frente a la mía y bailamos con los acordes de la guitarra de Mike Oldfield bajo la noche estrellada. Después con otro beso me cogió en brazos y entramos a trompicones en la casa.

En la escalera dejé que me besara el cuello como si no hubiese comido nada, y yo tocaba su espalda. Subimos entre besos y tonterías las escaleras a mi cuarto, cruce el umbral de la puerta sobre sus brazos. Sólo había calor cuando nuestros ojos se miraban.

Miguel llevó mi complacido cuerpo lleno de besos, de la escalera al interior de la habitación, donde se detuvo cerca de la cama. Posándome suavemente sobre la cama me dije mentalmente: ya... y me dio las buenas noches y se marchó pedaleando en su bicicleta camino al pueblo. Quise creer que tal vez hubiese sido mejor así, con tanto calor no me extraña que se pudiera quemar el chico, pero aunque me preguntaba ¿Porqué? Me conformé.

Cerrando los ojos quedé tumbada entre la sábana de satén y la cama con cierta cara de felicidad. Como había estado dando tumbos todo en día no tardé en dormirme, aún a pesar del estallido de luz y ruido de la tormenta de verano que iniciaba a lavar con dureza los cristales de la claraboya del cuarto.

Mi pasión era tal, que imaginé a Miguel regando las desdeñadas plantas sin ropa con el sol a su espalda y la manguera en la mano haciendo que de esta saltara serpenteantes culebras de agua cristalina yo tras él devorando su imagen lentamente reviví ese momento de la cocina haciendo que fuera real bajando de su nuca a sus omóplatos. Como en un fogonazo de luz, él que ya frente a mí lucía en sus ojos sus azules armas de pasión y yo vestida sólo con la sábana de satén en color pistacho de mi cama.

Girábamos con un beso con las Mujeres de Irlanda, cuando en ese segundo de calor intenso entra en mi sueño también una repentina y pertinaz lluvia, que desnuda mi cuerpo ante él, ambos como buscando calor, acercamos nuestras almas que acompañadas de nuestra piel, se funden con nuestro ardor interior en sexo sin límites en el jardín, contra el tronco del árbol, Y más tarde en un cálido charco haciendo que mis jadeos de placer fueran el canto solista en una orquesta donde los bajos y el ritmo lo marcaban los truenos de la tormenta. Era erótico el multitudinal tacto de las gotas de agua deslizarse por nuestros húmedos cuerpos, mientras una y otra vez Miguel introducía en mi su energía vital. Cuando de nuevo y en ese mismo instante oigo una voz que me pregunta.

¿Cristina interrumpo algo?

Era el anciano y de nuevo me encontraba seca y junto a él vestida en aquella dulce sala de recogimiento con paredes de color marfil y velas. La música era más moderna, ya que era la que yo había puesto en la cadena y el anciano me comentó que no le desagradaba la música de mi tiempo. ¿Quieres oír otra historia? Me dijo y yo como embobada asentí con la cabeza. En esta historia hay una chica como tú Cristina, guapa, joven, llena de vitalidad y de dudas como todo el mundo. Un buen día por medio de unos amigos, en la fiesta de su pueblo conoció a un chico de fuera que se llamaba Juan. Pronto hicieron migas. Era muy simpático y la hacía reír, pero pasaron las semanas y aunque se hablaban por teléfono y se escribían, la distancia les separa.

Ella no tardó en darse cuenta de que la fascinación del verano pasa, y que en verdad no le quería. Al tiempo que un vecino de su casa la miraba de manera diferente a los demás, ella sentía la pasión de este chico y sin apenas darse cuenta se enamoró de él, era todo demasiado bonito para terminar.

Pero el calor llegó y con él, el verano y por supuesto Juan. Ella se sentía muy culpable pues no había tenido corazón para decirle por carta a Juan que ya no le quería. Pensó en quedar con él y decirle que todo había sido muy bonito pero que no podían seguir juntos, que se había enamorado de verdad, que fue algo que no esperaban. Pero el nuevo amor de ella era Pablo y éste desconfiaba de ella y pensó que iba a ver a Juan sólo por jugar con los dos. Pablo tenía los ojos tan llenos de celosía que no veía el amor que ella le profesaba.

El día llegó y ella no le dijo nada a Pablo para que no sufriese en vano. Fue a ver a Juan, pasearon por el parque, le comento, que todo fue muy bonito, pero el tiempo había pasado y no se atrevió a decirle nada por carta o teléfono. Ella sentía afecto por él y sentía que le debía el respeto de decírselo a la cara. Juan a todo esto le comentó que a él también le pasaba lo mismo con ella, dándose un beso sellaron el adiós con su amistad. Juan cogió un tren y ya nunca se volvieron a ver. Pero Pablo lo vio todo, pues muerto de celos les siguió todo el día, y no podía contener su rabia cuando les vio darse el beso y aquel tierno adiós.

A Pablo se lo comían los demonios, por dentro sentía que le invadían la amargura y la desolación, y empezó a pensar que si ella no dudó en dejar a Juan por él, como no iba a dejarle a él por otro. Si, él era un montón de dudas y controversias. Así que empezó a alejarse de ella, pero al mismo tiempo tenía miedo de perderla y pasaba días que se acercaba y días que se alejaba. Ella estaba desesperada y lloraba por cualquier tontería, no entendía por que desconfiaba de ella ya que había renunciado a todo por él.

Un día, se envalentonó y le pregunto por qué la hacía pasar ese calvario, que si no reaccionaba le dejaría pero esta vez le dejaría por necio y le recordó un poema de Tagore, “Si lloras por que has perdido el sol las lágrimas no te dejaran ver las estrellas”. Pablo para no perderla accedió a cambiar de actitud, pero llevaba dentro y en secreto la duda de su amor. ¿Qué opinas Cristina, hizo bien ella en quedarse o era mejor dejarle?...

Le contesté al anciano que la verdad, no sabía si valía más la pena quedarse con él o no, ya que la herida, se la causó el solito. Que imaginaba cosas que no eran y como muy bien ella le comentó los celos no le dejaban ver las estrellas o su amada. La verdad no era yo precisamente una persona que pudiese dar lecciones de sensatez en el amor. Ya que todas mis relaciones habían sido un auténtico fiasco. Desde Guille en el colegio que para una vez que me atrevo a decirle que me gusta me dijo que, qué bien, tú a mí no. O Luis que se pegaba a mí más que un chicle haciendo de ello el gusto de la clase convirtiéndola la misma como por unanimidad en mi novio, sin serlo. Realizaban esta eterna broma cuando por casualidad pasaba Marcos el chico más guapo del colegio, que siempre me dedicaba una sonrisa y una mirada cuando pasaba por allí, evitando así con esa capa protectora que aquellas bromas me impidiesen hablar con él.

Más tarde, me enamoré de un cura que nos daba religión en el colegio. Qué absurdo es el capricho, pero muy bonita la fantasía de ser los únicos seres vivos del planeta y que no tuviéramos más deber que él procrearnos todos los días afianzando así más su fe. Aprobé religión no lo puedo negar, pero jamás, le dije que fue mi inspiración durante aquel curso.


Día 3º... MIERCOLES...

De repente me encontré sobre la cama agarrada a la almohada y diciendo muy bajito. Miguel, Miguel y me sobresaltó el reloj que daba las nueve de la mañana. Me levanté y entré en el baño. Me miré en el espejo y ya no me veía como antes fea y delgaducha, si no que por el contrario, había un nuevo brillo en mis ojos. Creo que, bueno, debo reconocerlo me gusta Miguel vaya que sí, que me gusta y creo que a pesar de todo yo puedo gustarle a él también y me quedé unos minutos viendo mi desnudo cuerpo ante el espejo de baño bailando y cantando. Después de un rato y tras otra de esas relajantes duchas tibias dispuse a salir a pasear.

Vi a Miguel a lo lejos repartiendo el correo con su bicicleta y su uniforme de cartero. Tenía un cuerpo que pocas veces se encuentra una por la calle. Este chico debería de ser un atleta. Quien sabe, tal vez realice algún tipo de ejercicio, el caso es que la mujer que consiga estar con él estará muy orgullosa, y me sentí como una chiquilla al verle. Me puse incluso un poquito nerviosa y decidí espiarle todo el día si hacía falta, así que fui tras de él con la mirada y mientras tanto, pensaba en como Miguel había cambiado tanto desde pequeños. Era un muchacho delgaducho, sin media torta como decía Matilde. La verdad es que era el único muchacho del grupo que era del pueblo y todos le gastaban bromas. Aunque ahora que lo pienso, creo que ya nos gustábamos de pequeños. Nunca soporté que los demás se aprovecharan de él, quizás yo también le gustaba a él.

Miguel está dando muchas vueltas. Subiré a esa loma y veré desde allí todos sus movimientos sin que los edificios no me estorben y así él no me podrá descubrir. Vi como entraba en comercios, como hablaba con los vecinos, ¿quien sabe? Igual hablan de mí o critican mi afición a la bebida ¡Mierda! Ya me he vuelto a acordar. Miguel había conseguido que me olvidase de ella, la bebida y todas las cosas que llegué a perder por culpa de ella, y ya me veo con todos mis sueños rotos, mis esperanzas abocadas en algún vaso perdido, hueco y sucio; en quién sabe, qué barra de qué bar. Y estoy aquí sola temblando mirando el último tren de mi vida.

Qué suerte tuve de que tío Paco me encontrase en aquel banco del parque. Aún no sé como empecé a beber... aunque porqué me engaño. Sé perfectamente como fue, una copa aquí, un cigarrillo allá, los amigos ¡ los amigos de los amigos! Te obligan sin querer a llevar un ritmo de vida que ni siquiera esperas y que no estas preparada para seguir. Alcancé tantas veces ese puntillo que me perdí en él. Las semanas que pasé en la clínica y las reuniones de ex-alcohólicos, me ayudaron mucho, pero seguía viendo a la misma gente, a Matilde y a Ignacio y pensar que por gustarle a Ignacio me tomé mi primer Tequila.

Tía Enriqueta le comentó a Tío Paco, que hacía falta un cambio de vida, encontrar algo o alguien que guiase mi barco a buen puerto, sobre todo cuando vio lo que llego a hacer Mati. Quien podía imaginar que Tía Enriqueta, supiera tanto sobre mis gustos. Hablo con Miguel y le dijo que me hiciera compañía, igual recordaba como nos mirábamos de pequeños. No te puedes fiar de la gente mayor se fijan en todo.

En eso que veo que Miguel coge el camino principal, el que va a la gasolinera de sus padres. Gasolinera que por suerte para mí estaba muy cerca de donde yo me encontraba, casi podía oírle. Y observé, que suerte la mía, está la ventana abierta. Y vi como entraba en el cuarto de la parte trasera de la gasolinera. Yo allí agazapada como un leopardo al acecho de su presa, no perdí detalle del entorno y sus movimientos. Contemplé como se quitaba su uniforme de cartero, primero la camisa dejando su dorada espalda al descubierto, Y como antes en el jardín noté que su piel era la mía me deslice por el aire y sentí como resbalaba la camisa rozando sus brazos ahora míos hasta caer sobre la cama. Como bajaba sus pantalones rozando sus piernas ahora mías, hasta el suelo. Se colocó un mono de color rojo, con el emblema de la gasolinera y me vi dentro de él ante el espejo. Y dije en alto pero qué bien le sientan a este chico los uniformes.

Desde arriba pude ver todo lo que hacía: como ponía gasolina, como regaba el pavimento y como le decía tres horas más tarde, a su padre me, voy a casa a ducharme; después iré a ver a Cristina. Metiendo sus ropas de cartero en una bolsa se disponía a marcharse a su casa. Y yo dije Cristina ha dicho Cristina.

Y dando un bote me puse en pie y pensé con rapidez lo que iba a hacer. Así que me fui corriendo a casa pues quería que me encontrase allí. Para ir más deprisa cruzaría el pueblo, y pensé le invitaré a merendar, dicho esto, entré en el Ultramarinos la Manolita y compré flanes y un artefacto de estos de Chantillí o nata. Que más da, lo puse todo en la cesta de la bici y llegué a casa casi sudando. Coloqué las cosas dentro de la nevera de la cocina y me desnudé por el pasillo lanzando las zapatillas contra las paredes mientras sacaba mi camiseta por la cabeza, Y los pantalones cortos en la puerta del baño, dejando tras de mí una senda de ropa sucia. Entré en el baño y me metí en la ducha y salí de ella sin apenas secarme. Me puse un bikini de color azul, como sus ojos. A través de la ventana del lavabo le vi a lo lejos, así que salí corriendo al porche. Me acosté en una toalla del suelo, lanzando un gran suspiro me relajé y me hice la dormida, mientras mi corazón latía muy deprisa, pero conseguí tranquilizarlo, con mucha relajación. Él no vio nada porque aún no había girado con la bicicleta, el recodo del camino. Oí como dejó la bicicleta, a la sombra de los pinos de la entrada a la casa y como crujían las hojas del eucalipto bajo sus pies y el chasquido que soltó la gandula cuando se sentó frente a mí. Iba notando como sus ojos recorrían mi piel, como sin tocarme ya estaba desnuda ante él. Me gustó el tacto de su mirada deslizándose como un pañuelo de seda fresca por mi espalda. Entonces era el momento. Y como quien no sabe nada, y sin abrir los ojos, me quité la parte superior del mi traje de baño, a la vez que me ponía boca arriba.

Sentía el tacto de sol sobre mis pechos dando menos calor que su mirada. Pasaron unos minutos, con la impaciencia de desear algo más que su virtual tacto, tras no poder aguantar más, y tras hacerle sufrir un poquito, me levanté de la toalla sin taparme y abrí los ojos. Allí estaba Miguel, junto a mí, sentado en la gandula meciéndose suavemente, sin dejar de mirarme con sus brillantes y misteriosos ojos seguía observando sin decir nada.

Rompí el abrasador encuentro, mientras me ponía lentamente una camiseta muy corta con tijeretazos estratégicamente bien situados a modo de malla, preguntándole. ¿Quieres Flan con nata? Me miró a los ojos en un esfuerzo de no perder perspectiva de la situación y me contestó un Sí titubeante, acompañado de un, gracias me apetece, con su profunda y ya decisiva voz. Mientras le ponía el flan en un plato de postre no pude ignorar la fantasía que en ese momento se me ocurría y me deje llevar imaginándome sin la escasa camiseta tumbada en la mesa a modo de plato, con el flan sobre mi ombligo y poniendo nata a su alrededor. Miguel acercó sus labios a mi cintura y lamió la nata que por efecto del sol brillaba derretida deslizándose en forma de goterones por ella y cómo posando su lengua en mi cintura de acercaba al postre y cercando con sus labios el dulce, de un sorbo se comió el flan haciendo que yo necesitase ser sorbida por él.

Miguel sentía como me excitaba y puso la nata en mis pechos y Miguel los lamía ansiosamente sobre mí. Sobre la mesa ardientemente deseé que me arrancara la parte inferior de mi bikini devorando también con sabor a nata mi interior, como efectivamente hizo a continuación...

Pero la realidad era muy diferente, y a todo esto el pobre Miguel que estaría pensando, tal vez lo mismo que yo. Cuando salí de la cocina le di el plato del flan con nata que llevaba en las manos. Miguel acercó su cuerpo hacia el mío y sin dejar de mirarme, cogió el postre que yo le ofrecía, giró el plato unas tres veces entonces. No sabía para qué y para sorpresa mía lo descubrí ya que Miguel aproximaba lentamente su boca al mismo, para abrir y rodear con sus los labios el indefenso flan y devorarlo de un único sorbo. Y tras ver la cara que puse, empezó a lamer la nata del plato con ansiedad como sí en vez de un plato de postre. Fuese mi cuerpo el acariciado por su lengua.

En ese mismo momento llegaba el coche de tía Enriqueta que cerrando con fuerza la puerta del coche rompió, como con el estallido de una explosión atómica, ese orgásmico instante donde nuestro deseo flotaba desintegrado en millones de átomos dispersos. La onda expansiva de su presencia trajo también su voz, diciendo que me traía pescado fresco. ¡Pobrecita! no sabía que lasciva escena había interrumpido.

Mi tía le dijo a Miguel, mientras entraba una caja con pescado en la cocina y sin apenas esperar respuesta. Miguel, ahora que has cogido las vacaciones podrás estar más tiempo con Cris, no la dejes sola, y hazle mucha compañía a todo esto Miguel tenía una curiosa sonrisa mientras hablaba tía Enriqueta eso si sin dejar de mirarme. Mi tía que se percató de su mirada me comentó ponte algo más de ropa Cris que empieza a refrescar.

Acto seguido se quedó a prepararnos la cena. Cenó con nosotros, hablamos de cuando éramos pequeños y de lo bien que lo habíamos pasado otros veranos, de cuando Matilde se cayó del burro. Y suspirando tras las risas y un largo silencio donde, en el mutis recordé que Matilde ya no podría revivir la vergüenza del día burro. Y tras tragar saliva y de un profundo silencio, rompí el mismo comentando lo poco que había hecho durante estos tres días. Tía Enriqueta, dijo mirando a Miguel, Ya que mañana estás de vacaciones lleva a Cris de paseo, al cine, no sé... lo que hagáis los jóvenes ahora.

Dos horas más tarde Miguel se había marchado, no sin comprometerse con mi tía para que hacerme compañía durante las vacaciones. Al rato y sin poder evitar que tía Enriqueta fregara los platos, mientras yo recogía la mesa, Mi tía que me comento que no volvería más, que esperará a que yo la llamase, no quería estorbar ni hacer de vela. Esto último lo dijo dándome una palmada en el trasero cuando salía por la puerta.

Ya era tarde y en la cama sola, desnuda, recordaba la escena del porche y mi fugaz experiencia como plato de postre acariciándome a oscuras y le recordé con la espalda sudada regando el jardín, besando mi cuerpo, lamiendo mis senos, succionando y saboreando cada milímetro de mi sexo en la mesa con el sólo eco de mis jadeos, bailando bajo las estrellas con la luz de la luna, y cuando más interesante estaba el sueño, llega el anciano y me dice, Cristina hoy te voy a contar un cuento muy especial. Y empezó a narrarlo sin esperar aprobación alguna.

Una mujer fue a psicólogos, médicos y psiquiatras, pero solo un visionario la escucha y presta sus conocimientos e intenta solucionar su problema. El problema radicaba en que ella realizaba el acto sexual tantas veces como deseara pero siempre en sueños, con todos los hombres que cruzan la mirada con ella. En sus sueños era libre, podía dar rienda suelta a su lujuria, y siempre dominaba las situaciones, lo cual daba a entender que era tímida y que tal vez, en el pasado y quizás, en su infancia, tuvo una mala experiencia.

Hizo el amor de mil maneras diferentes: en el agua, de pie, en la cocina, en el jardín, delante de todo el mundo etc. - a lo que yo me sentía bastante aludida pero el anciano siguió relatando... - ella pensaba que así no corría riesgo de que algo saliese mal, todo era perfecto, pero tenía miedo, no sabía si la realidad fuese mejor o peor, y que tal vez todo era un problema de timidez. Los médicos le aconsejaron, que no era mala tanta imaginación pero que la estaba arrastrando a una vida muy solitaria, que debía abrirse más a la gente, que debía de intentar conocer a un hombre y hacerlo con él. Pero ella no podía pensar en ello sin echarse a llorar y el visionario le daba ánimos y escucharla era más de lo que otros hubieran hecho. Le dio su tarjeta y le pidió que por favor, pensase en él en un momento de crisis y que no dudara en llamarle. Ella le comentó que no se atrevería y cogiendo las cosas, marchó a su casa, y empezó a imaginarse como sería con un grupo de psiquiatras, enfermeros, el asesino de la película que una hora antes acababa de ver. Y viendo que no podía escapar a sus sueños y que estos eran demasiado placenteros, hizo el esfuerzo y llamó pidiendo socorro al médium diciendo que tenía una crisis que viniese.

El médium llegó a su casa y notó como su paciente jadeaba sobre la cama. Estaba soñando pero no podía despertarla, entonces procedió a hipnotizarse el mismo concentrándose en el movimiento de las pupilas de ella y entrar en el sueño. Debía despertarla pero como en el plano real no pudo, lo intentó esta vez en el subconsciente. Y una vez dormido, entró en el sueño de su paciente, encontrándose devorado por ella sobre el diván de su despacho. El metrónomo encima del piano marcaba en tiempo y vio como ella le desnudaba y le lamía los pies. Intentó hablar con ella, debía sacarla de su sueño. Le decía que no era real y ella le respondía que eso era lo mejor, pues no había riesgos de ningún tipo. Él cayó entonces en la solución. Aunque estuviese ahora en el sueño de ella y que ella era quien mandase, tenía que negarse a realizar el acto sexual con ella en el sueño, para que así este tomara forma de realidad, haciendo que estos también fallasen. Fue difícil rechazar a aquella mujer hambrienta de placer que ya estaba sobre él. Pero haciendo de tripas corazón y solo pensando en ella, la separa de sí con fuerza y le dijo que no la deseaba y que no quería hacerlo con ella consiguiendo con ello que su paciente despertase.

Cuando sé despertó, no podía creer que hubiese salido mal y le preguntó al médium que porqué no la deseaba y él sonrió pues ella venció su timidez preguntándole directamente. Unas horas más tarde, ella hizo realidad algunos de sus sueños y tomó con los días sucesivos más confianza en sí misma. Y dejó de ser paciente suya, pues se habían enamorado y ya no necesitó soñar más. ¿Que opinas Cristina? Preguntó el anciano ¿Es bueno soñar tanto o es mejor hacer realidad tus sueños? Y diciéndome esto se levantó de la sala y marchó por la puerta dejándome sola, se alejó aquella noche sin esperar respuesta.


Día 4º ...JUEVES...

Me levanté sobresaltada de la cama, sudando y sedienta. Bebí un poco de agua de la mesilla de noche y caminé hasta el lavabo. Me dispuse a tomar una ducha tibia. A la par que el agua se deslizaba por mi espalda se deslizó la sabiduría en mi mente como una imagen ante mis ojos. Estaba claro el anciano era mi conciencia y todo lo que me ha estado explicando empezaba a tener mucho sentido. La historia de las flores reflejaba mi miedo al progreso y como yo misma, a través de la ventana y a veces en mi interior observa mi mente como el padre Juan oculta, como yo aniquilo mis flores, quedándome en un mundo frío, gris y sin esperanzas, o sea mi vida. Yo también había aprendido una lección de vida, aceptando la muerte de Matilde, una muerte con o sin sentido pero de quien debía sin duda despedirme y no guardar más rencor, sencillamente aceptarlo. Descansa en Paz Matilde, Con la historia de los amantes. Me enseñó que no podía seguir así, lamentándome cada día a cada minuto, siempre con el recuerdo en la boca, con mi pasado, que debía seguir adelante, que no llorara más por haber perdido el sol. En este caso era que olvidara por fin a Ignacio y mi asqueroso pasado con él, que la verdad no es que fuese un sol muy reluciente y así poder ver las estrellas en fin a Miguel. Y con esta última historia ha sido más directo, me ha infundido valor. Si me gusta Miguel que mal hay, tengo que atreverme, debo hacer realidad mis sueños. Si quiero que Miguel forme parte de ellos, hay que vivir que sólo son 4 días.

Una voz que desde fuera me llamaba Cristina, era Miguel que Venía a buscarme. Salí del baño, me coloqué el bañador, una camiseta enorme a modo de playero y unas zapatillas, Salí por la puerta decidida a realizar las mejores escenas de mis sueños y a vivir las que se me vayan ocurriendo con los segundos de mi vida que pase junto a él. Miguel me preguntó si quería ir a pescar y a nadar con él al pantano, le dije que me daba miedo, pero él me convenció de que conocía un sitio maravilloso.

Así que cogiendo cuatro trastos y la bicicleta de tía Enriqueta, nos fuimos pedaleando al pantano. Por el camino me comentó que era precioso y que seguro que me gustaría. Dicho esto paramos las bicis al pie de un camino junto a un árbol, y seguimos a pie, hicimos un poquito de escalada y todo lo demás fue bajar por otro caminillo.

Entonces me preguntó que prefería hacer primero, si pescar o nadar, le respondí que prefería pescar hasta que calentase más el sol y después nadar. Miguel cogió una maletita de mimbre dónde guardaba una caña a trozos. Juntó todas las piezas formando así una larga caña. Me indicó como poner el sedal en el carrete y cómo colocar el asqueroso, frío y vivo cebo para después lanzar el anzuelo al agua con un sutil movimiento de muñeca.

Tras un rato de clase práctica, vimos cómo los peces se acercaban al sedal de la caña, cómo la picoteaban. Me aleccionó en cómo recoger con el carrete el sedal, tirando con seguridad de la caña a la vez y los dos cogidos a la misma caña hacíamos lo que podíamos para evitar que escapara el pez. Yo delante y él detrás de mí. Juntos tirábamos de la caña y notaba como su pecho se soldaba a mi espalda a través de su camiseta y sentía como su aliento anidaba en mi nuca. Sus piernas duras aguantaban mi peso, mis fuerzas se debilitaban más con su presencia y noté que ésta con su aroma me penetraba y hacia de nuestros cuerpos uno solo contra la fuerza del pez.

Por fin, el último tirón y el pez sale fuera del agua. Lo soltamos del anzuelo y cuando ya lo tenía, se me escurrió de las manos, fue a parar al agua. Miguel y yo reímos por lo tonto de la situación. Después me miró a los ojos y durante unos segundos, sin palabras, sin tacto. Sólo nuestra respiración llenó nuestros cuerpos, y sació nuestras almas, no había dudas él era para mí lo que yo era para él, no valía la pena buscar más. Miguel desvió su mirada y me preguntó ¿tienes calor? Y sin esperar aprobación.

Miguel se desnudó ante mí y metiéndose en el agua. Yo le miré atónita y me sentí puritana a su lado, con mi bañador puesto. Él no me vio pues salió corriendo y saltó desde la orilla, se tiró de cabeza. Así que decidí atreverme y quitármelo antes de que asomara sus ojos por encima del agua. Entré tras él también corriendo, ya que por los gritos de él deduje que el agua estaba más bien fría sobre todo cuando increpó en alto ¡Esto no es la playa!.

No le vi salir y me asusté, empecé a llamarle, pero no contestaba, cuando de repente sentí que algo me empujaba hacia fuera, hacia arriba, que me agarraba las piernas. Era Miguel que como un cocodrilo al acecho, empezó a jugar conmigo en el agua, hicimos carreras, nos reímos mucho y retozamos con nuestros desnudos cuerpos al sol. Le quise hablar de mi pasado pero cerró mis labios con un beso, y sin soltarme me puso la espalda contra el suelo y siguió besándome. Pero levantando su cabeza separó sus dulces besos de mí, y me dijo mira esto, señalándome la rama de un árbol que entraba en el lago a un metro por encima del agua. Trepó por el tronco hasta la rama, se sentó en ella y me observó unos segundos. Yo también le observaba el brillo de su cuerpo cuando el sol acariciaba su piel. Todos sus movimientos hacían que le desease y que mi cuerpo mantuviera siempre la misma temperatura.

Miguel tomó una cuerda que alguien puso allí para jugar en el agua, y agarrándose a ella, y gritando como Tarzán, se tiró al agua. Yo le seguí, subí por la rama y también me lancé al agua. Al salir del agua donde hacíamos pie, nos sentamos en el fondo, sobre una losa plana. Él me agarró de la cintura y me sentó sobre él y yo amarré mis piernas a su cadera. Él besa con vehemencia mis pechos bebiendo el agua que se deslizaba por ellos. Estiré mi cuerpo sobre el agua sin soltarme y empecé a moverme para sentirle más dentro de mí, mientras sus manos moldeaban mi cuerpo casi sin tocarme. Nos acariciamos, nos amamos. Le deseaba más y más. Salimos del agua y fuera, sobre una toalla, seguimos acariciándonos, besándonos y haciéndonos uno del otro. Él me vestía con sus labios y yo le cubría con mis jadeos, de rodillas agarré su cintura y acercando mi boca a él le hice mío y poseí su cuerpo hasta hacerle gozar en alto. Más tarde, estábamos tan cansados que dormimos uno sobre el otro, pero el fresco que no nos increpó mientras nos amábamos, nos despertó. Ya era por la tarde casi las siete y no habíamos comido nada, entonces él beso todos los centímetros de mi piel hasta llegar a mi cuello donde me susurraba al oído, ¿Cenamos con la luna?. Como iba yo a negarme ante tal proposición, nos vestimos, recogimos las cosas y subimos por la cuesta y bajamos el caminillo entre besos y toqueteos hasta las bicicletas.

Llegamos a casa y una vez allí nos duchamos, nos pusimos guapos. El se puso unos vaqueros que llevaba en la bolsa con una camisa de color rosa, colocando al rededor de su cuello una corbata con colores suavemente cálidos y yo un vestido pañuelo de tirantes, color azul celeste como su mirada y me recogí el pelo con una pinza pues no tenía pelo suficiente para un moño. Tras cubrir nuestros cuerpos con perfumes, cenamos en el porche sonriendo, mirándonos y sin hablarnos. No hacía falta, nuestros ojos brillaban de una manera muy especial. El jamón sabía a gloria y las pizzas estaban en su punto, el sabor dulce ácido de la fruta era exquisito. No hubo vino, no hubo espejo con nieve y ni siquiera importó.

Con la música de fondo, nuestros corazones latían juntos bajo la luna blanca y brillante como mis esperanzas, dando luz a la oscuridad que nos rodea, liberándonos de la dependencia del tiempo. Y juntos bailamos estrechando nuestros cuerpos hasta arder en deseo otra vez. Le cogí de la mano y subimos a la buhardilla, donde estaba mi habitación. Pero no fue como la vez anterior esta vez se quedó en su interior conmigo. Allí sin dejar de sentir nuestras miradas con nuestros cuerpos desnudos de toda vergüenza, nos amamos otra vez. Por la claraboya de vidrio en esta noche clara, asomaban las estrellas del firmamento, que indiscretas, fueron testigos mudos de nuestra pasión. Cuando ya cansados yacíamos amarrados con nuestros cuerpos, decidí quedarme en el pueblo, ya que nada me ataba ya a la ciudad sin él nada tenía sentido. Sólo con su presencia consiguió que me liberara de mi prisión, ya no sería más un gorrión con las alas rotas en una jaula de oro. Miguel hizo que abriera los ojos y mi corazón, ahora que era más fuerte y henchida de amor, podré romper las cadenas y volar mas alto aún, sin dudar, sin dejar de amar, volver a escribir, pues él será sin duda mi inspiración.

Mañana será un nuevo día un nuevo amanecer. Ya sin las cadenas de la desesperación llamaré a mis tíos y se lo contaré todo. Tengo ganas de pintar, cantar, en fin, tengo ganas de vivir, navegar con él hasta esas estrellas y hacer de la luna nuestra cama, haciendo realidad nuestras fantasías. Me giré hacia él y le dije muy flojito al oído... Miguel, ¿te apetece un Flan con nata?.

¡Buaahhhhhhhhh! ¡buahhhhhhhhhhh! Me desperté oyendo el llanto de Paz pues ya era la hora de su toma, había revivido cuatro días de mi vida en tan solo tres horas, gracias a Dios aquel flan con nata, no se quedo solo en lo que fue un delicioso postre o fantasía más; sino que también había que alimentarle. El destino como un genio de la lámpara maravillosa hizo que aquel postre, fuera convertido en un hermoso cuerpo, pequeño pero grandioso en si, poseedor de unos minúsculos y ávidos ojos chispeantes de vida. Paz era el santo grial que con su aliento de nuevas esperanzas, me retornaba el juicio, reafirmándome en la certeza de que jamás volvería a caer, recobrando con mas fuerza el sentido perdido en mis días. Eliminando de mi vida con la luz de su inocencia la oscuridad que yo misma y mis circunstancias dejamos sembradas en el camino de mis recuerdos empolvados del pasado y al verla oigo lo que será para mi como una oración de valor que se repetirá en mi cabeza alejando mis fantasmas esos que ya jamás ensombrecerán de nuevo mis futuros días.






FIN

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